Hay una piadosa y hermosa tradición que dice que San Pedro lloraba cada vez que oía cantar un gallo, ya que eso le recordaba cuando negó a Jesús. También se dice que, como oía cantar al gallo todas las mañanas, esas lágrimas marcaron surcos en sus mejillas.
No sé realmente si las lágrimas por los pecados pueden crear surcos en un rostro, pero sí sé que las lágrimas por los pecados son un efecto de la contrición o compunción del corazón. La compunción del corazón es una disposición del alma que la mantiene en un estado habitual de contrición por los pecados cometidos.
Esta disposición, cuando se convierte en un estado habitual, hace que quien ha caído en pecado mortal y ha sido resucitado por la misericordia de Dios no vuelva a caer en ese pecado. Por otra parte, sin esta disposición es casi imposible no volver a cometer ese pecado. Por eso, la compunción del corazón debe ser una disposición habitual y estable. Cuando logramos esta disposición, estamos en estado de odio al pecado. Los movimientos interiores que produce esta disposición son muy eficaces contra las tentaciones. San Bernardo decía que la compunción del corazón es semejante a la perfección.
Si somos inconstantes e inestables, si subimos y bajamos en nuestra vida espiritual, pasando de los buenos propósitos y resoluciones a las infidelidades y caídas, probablemente es porque aún no hemos alcanzado esta compunción del corazón. Debemos procurar ir a la oración con esta disposición y hacer de nuestra oración una compunción de corazón.
«Hablar mucho en la oración es hacer una cosa necesaria con palabras superfluas. Orar mucho significa llamar durante mucho tiempo con un piadoso movimiento del corazón a la puerta de Aquel a quien oramos; y la oración consiste más en gemir y llorar que en grandes discursos y palabras copiosas. Dios recoge las lágrimas derramadas en su presencia; nuestros gemidos no son ignorados por Aquel que creó todo con su Palabra y no tiene necesidad de nuestras palabras humanas». (San Agustín, Carta 130,10)
Debemos pedir siempre la gracia de las lágrimas. De hecho, existe una antigua tradición para pedir esta gracia. Un ejemplo de oración para pedir ese don dice: «Dios todopoderoso y misericordioso, que has hecho brotar de la roca una fuente de agua viva para el pueblo sediento; haz brotar de nuestros corazones endurecidos lágrimas de compunción, para que lloremos nuestros pecados y merezcamos la remisión de nuestros pecados por tu misericordia. Amén».
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