Era viernes, 13 de junio de 1930, cuando Henri Guillaumet, un experimentado piloto de avión francés, tenía que viajar de Santiago de Chile a Mendoza. Las previsiones meteorológicas anunciaban una gran tormenta de nieve para ese día. Sin embargo, decidió salir de Chile y cruzar Los Andes.
En un momento dado, la tormenta de nieve se hizo muy fuerte y le obligó a cambiar la dirección del vuelo. Empezó a ir hacia el sur, pero incluso en el sur la tormenta era muy fuerte, así que al final tuvo que aterrizar cerca de la laguna del Diamante. Como era muy buen piloto, pudo aterrizar sin problemas a pesar de la tormenta y de la pista que, por supuesto, que era inexistente.
Durmió en la cabina esperando a los rescatadores. Al día siguiente, un avión sobrevoló la zona, pero no le vieron. Pensó para sí: «Si me quedo aquí, moriré». Decidió que debía marcharse. Escribió en una de las alas del avión «Je pars vers l’est» (Me dirijo hacia el Este) y empezó a caminar. Caminó un día, luego dos y así hasta el 19 de junio, cuando un pastor lo encontró exhausto al borde de un arroyo.
Más tarde, cuando recordaba aquella experiencia, dijo: «En la nieve se pierde el instinto de conservación. Después de dos o tres días de marcha el único deseo es dormir. Yo también quería dormir, pero me dije: mi mujer cree que estoy vivo; cree que estoy caminando. Mis amigos creen que sigo luchando. Todos mis seres queridos confían en mí. Así que me decidí: Soy un traidor si no camino».
Caminamos hacia el encuentro con el cielo, donde nos encontraremos con Dios. Hasta llegar al cielo, debemos caminar y debemos luchar contra la adversidad, como este piloto. Como dice Jesús muchas veces en el Evangelio tenemos que caminar hacia el cielo, pero el camino para llegar al cielo es estrecho: Porque pequeña es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida (Mt 7,14). Esto significa que es difícil, es duro, alcanzar la vida eterna.
A causa de las dificultades, muchas veces podemos tener el mismo deseo o tentación que el hombre perdido en las montañas: «Quisiera detenerme aquí y dormir». Cuando estamos cansados de caminar, es mucho más fácil parar y dormir que seguir caminando. En la vida espiritual decir esto es decir: «Quiero quedarme con mis defectos y mis imperfecciones o mis pecados; no quiero alcanzar las virtudes y llegar a la santidad».
En esos momentos de tentación, debemos pensar como Henri Guillaumet: «Jesús cree en mí. Los santos, mis amigos que interceden por mí, confían en mí. Las personas que rezan y se sacrifican por mí creen que sigo luchando por la salvación eterna. Soy un traidor si no sigo caminando hacia la vida eterna».
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