Una vez el abad de un monasterio tuvo este sueño: había muchos monjes en un monasterio, cada uno haciendo su propia tarea. Todos ellos estaban rodeados de demonios que intentaban tentarlos de diferentes maneras, pero era en vano, pues los monjes eran lo suficientemente santos como para rechazar esas tentaciones. En cierto momento llegó un nuevo monje y cuando éste llegó todos los demonios se marcharon.
El monje que tuvo el sueño pensó que este nuevo monje era más santo que el resto de los monjes y que esa era la razón por la que todos los demonios huían de él. Le preguntaron: «¿Entiendes el sueño?» «Sí», respondió, «debo ser lo suficientemente santo para protegerme a mí y a mis hermanos monjes de los demonios». «No» fue la respuesta, «el nuevo monje era tan malo y un pecador tan grande que hizo el trabajo de los demonios».
La moraleja de esta historia es que a veces «los malos ejemplos son peores que los demonios». Los demonios «descansan» cuando alguien está rodeado de malos ejemplos, ya que hacen el trabajo por ellos. Debemos tener cuidado con los que dan malos ejemplos y mantenernos lejos de ellos. Sin embargo, también debemos tener cuidado con el ejemplo que damos a los demás, ya que es posible que nosotros también seamos peores que un demonio para nuestros vecinos.
San Alfonso dice: «Así como los cazadores se sirven de medios para cazar pájaros, así el demonio se sirve de malos compañeros para hacer que las almas cometan pecados.» Hoy en día, podemos encontrar malos ejemplos en todas partes: en la calle y en casa; en el trabajo o en la escuela, incluso en mi propia habitación o en «soledad» si tengo televisión o internet.
Debemos tener cuidado, como dice Jesús en el Evangelio: Cuidado, guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes (Mc 8,15). Para los judíos, la fermentación se identificaba con la putrefacción y, por tanto, la levadura representaba el mal. Así pues, aunque los apóstoles no entendieron lo que decía, el mensaje de Jesús es claro: cuídate de los malos ejemplos, no los sigas ni los imites, pues arruinarán tu alma.
Esta enseñanza es muy importante porque nuestra sociedad está contaminada de falsos principios e ideas que a veces asimilamos como si fueran correctos. Nuestra sociedad difunde falsos valores que consideramos correctos. Por lo tanto, estos principios, ideas y valores son la «levadura» que están corrompiendo nuestra sociedad y posiblemente corrompiéndonos a nosotros mismos también. Si no los reconocemos como «levadura», podemos estar siguiendo malos ejemplos sin siquiera darnos cuenta de que son malos ejemplos. Como consecuencia, también podemos dar malos ejemplos a los demás, convirtiéndonos así en más «levadura» en la sociedad.
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