Se cuenta la historia de un niño que nació en un pueblecito. Iba a la escuela y solía sentarse al lado de una niña. Ella era una niña dulce e inocente. A él le encantaba esta chica. Era católica y le gustaba hacer cosas buenas por los demás, como obras de caridad y misericordia. Solía acompañarla cuando iba a hacer obras de misericordia y las hacía con ella.
Cuando estaba a punto de empezar el bachillerato, su familia se mudó lejos, a la ciudad. Desgraciadamente, cambió su inocente amistad con esta chica por la amistad con chicos que no eran tan inocentes ni buenos en absoluto. Empezó a hacer cosas malas. Un día vio a una anciana que llevaba un bolso precioso y pensó que probablemente tendría dinero dentro, así que decidió robarlo. Se acercó a la mujer y, con un rápido movimiento, la empujó, le arrebató el bolso y salió corriendo. Cuando llegó a la esquina de la calle, se dio la vuelta y vio que una hermosa joven estaba ayudando a la anciana. Vio algo familiar en ella y se detuvo para mirarla detenidamente. Se dio cuenta de que era su amiga de la escuela primaria, que solía sentarse a su lado. Aquella escena le hizo darse cuenta de lo que solía ser y en lo que se había convertido y empezó a llorar y a desear morir.
Esta historia representa el Evangelio, el mundo y nuestra alma. La niña es el Evangelio que siempre nos aconseja hacer cosas buenas. El Evangelio, como esta dulce niña, nos hace hacer cosas buenas a los demás, practicando obras de misericordia y caridad. El problema es que cuando mantenemos el Evangelio y sus enseñanzas lejos de nuestra vida, como si el Evangelio viviera en un pueblecito mientras nosotros vamos a la ciudad, olvidamos sus enseñanzas y no sentimos la fuerza de su atracción. Por eso debemos leer constantemente el Evangelio para sentir el deseo de seguirlo, para amar su enseñanza, para sentirnos atraídos por su fuerza.
Al alejarnos del Evangelio, las fuerzas de las malas compañías que representan al mundo se hacen más fuertes. Nosotros, poco a poco, no sólo dejamos de hacer cosas buenas sino que, además, empezamos a hacer cosas malas. Cuanto más nos alejamos del Evangelio, más fuertes se hacen en nuestra alma el mundo y sus malas influencias.
La enseñanza es muy sencilla, debemos mantener nuestra alma cerca del Evangelio, lo que por supuesto significa leerlo, meditarlo y también practicarlo, es decir, vivir según el Evangelio. Vivir según el Evangelio es difícil porque implica renunciar a nosotros mismos para seguirle a Él.
¿Por qué este niño, que representa nuestra alma, pudo hacer cosas buenas mientras estaba en la escuela primaria? Porque seguía a la chica. ¿Por qué siguió a la chica? Porque la amaba. Ese es el secreto, debemos amar el Evangelio y sus enseñanzas. Para amar el Evangelio, debemos descubrir su belleza y llenar nuestra alma de los grandes ideales que contiene.
The post Buena compañía appeared first on El Sembrador.