Como nuestra Familia Religiosa nace en estos tiempos, nuestro derecho propio hace propia la denuncia de San Juan Pablo II, quien ya en 1992 decía: “Hoy se ha extendido mucho el espectro de los abusos de la libertad, y esto conduce a nuevas formas de esclavitud, muy peligrosas, porque se disfrazan bajo la apariencia de libertad. Esta es la paradoja, el drama profundo de nuestro tiempo: en nombre de la libertad se impone la esclavitud” [1]
Consideramos que la libertad humana hoy en día ha sido atacada probablemente como nunca. Por ejemplo, la manipulación biológica, mental y moral que están provocando las agendas del nuevo orden, la esclavitud informacional a la que nos someten los medios de comunicación, la libertad fuera de la verdad propia del liberalismo, la explosión descontrolada de todo tipo de adicciones por al eclipse de la ética y la moral, etc.
En consecuencia, el problema de la libertad es un problema fundamental para nosotros, de enorme trascendencia, y nos preocupa especialmente. Y no sólo porque nos interesa adentrarnos en los problemas de la cultura moderna, sino porque la libertad cristiana es parte intrínseca y componente indispensable del espíritu de nuestro Instituto y del modo en que deseamos vivir siempre, como nuestras Constituciones declaran claramente: “El espíritu que ha animado a nuestro Instituto desde sus comienzos… es el de vivir y hacer vivir bajo la acción del Espíritu Santo, sin coacción alguna; esto debe hacerse respetando escrupulosamente la conciencia de cada uno, promoviendo un sano pluralismo, llevando a los demás a vivir plenamente la libertad de los hijos de Dios,[2], porque donde está el Espíritu del Señor, hay libertad.”[3]
Tal libertad se encuentra en los inicios mismos de nuestra vocación de consagrados en el Instituto del Verbo Encarnado. Porque ¿quién puede negar que “toda vocación nace del encuentro de dos libertades: la divina y la humana” [4] y que nuestra vocación a amar al Verbo Encarnado sobre todas las cosas no es otra cosa que ¿una llamada a la libertad y a la felicidad? Además, es precisamente por el ejercicio pleno de nuestra libertad que hemos decidido deliberadamente unirnos a Dios en el servicio amoroso. Por eso nuestra fórmula de profesión dice: “Yo, N.N., ofrezco gratuitamente todo mi ser a Dios” [5]
[1] San Juan Pablo II, Homilía del domingo en la Iglesia polaca de San Estanislao en Roma, 28 de junio, 1992; cita en el Directorio de Espiritualidad, 193.
[2] Rom 8,21.
[3] Constituciones, 33-34, cita 2 Co 3:17.
[4] San Juan Pablo II, Mensaje por el XXXIV dia Mundial de oración por las Vocaciones, 20 de abril, 1997.
[5] Constituciones, 254; 257.