“Pongo todas mis fuerzas para no ser evasivo a la aventura misionera, para inculturar el Evangelio en la diversidad de todas las culturas, para extender la Encarnación del Verbo en todos los hombres, en el hombre entero, y en todas las manifestaciones del hombre”
Fórmula de votos del IVE
Santo Tomás enseña de manera muy esclarecedora que “el bien del prójimo se promueve más por las cosas que pertenecen al bienestar espiritual del alma que por las que pertenecen a la provisión de las necesidades corporales… [pues son] más pertinentes al servicio de Dios, para quien ningún sacrificio es más aceptable que el celo por las almas” [1]
Para poder ofrecer ese sacrificio, que es el más agradable a Dios, hay un elemento determinante, que es nuestra misma fe. La misión nace de la fe en Jesucristo, y sólo con la visión de la fe se comprende y se fundamenta. Sólo cuando el misionero es movido por la fe, puede decir con el Apóstol: con mucho gusto gastaré y me gastaré del todo. [2] Sólo movido por la fe, el misionero estará dispuesto a desear ser consumido por el bien de las almas que le han sido confiadas, y más aún, anhelará perseverar en ser consumido poco a poco por los demás hasta el final. De aquí brota la verdad de que “el éxito de nuestro apostolado depende de la fuerza de nuestra fe” [3]
Por eso mismo, este empeñar todas nuestras fuerzas implica empaparnos del espíritu de Cristo para emplear con generosidad los dones recibidos, para hacer el bien a todos, en todo tiempo y en todo lugar. Es gastar nuestro tiempo y nuestros bienes, e incluso nuestras fuerzas físicas, para rehacer el mundo en Cristo. Esto puede ocurrir en medio de muchos sacrificios, tal vez incluso en circunstancias muy adversas, asediados por tentaciones y dolores profundos, pero siempre unidos a Cristo.
Convencidos de que no hay mejor programa que ofrecer al mundo que Jesucristo, el Verbo Encarnado, debemos emplear todas nuestras fuerzas, sin escatimar medios ni esfuerzos, para evangelizar lo mejor posible a todos los hombres. Esto no debe hacerse “–de una manera decorativa, como con un barniz superficial, sino de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces–”,[4] con “una pastoral incisiva, entusiasta y que no simplemente espera.” Esto debe hacerse de manera que el Evangelio hunda sus raíces profundamente en la vida y la cultura de cada nación. Esta es nuestra misión dentro de la Iglesia como religiosos del Instituto del Verbo Encarnado.
La inculturación es una exigencia intrínseca a la evangelización, y no es otra cosa que la encarnación del mensaje divino en el seno de la cultura.
En palabras de San Juan Pablo II, “la inculturación de la Buena Noticia cristiana es hacer que el Evangelio arraigue en la vida y en la cultura para renovar la sociedad”[5]. Nuestro Directorio de Espiritualidad afirma que “la verdadera inculturación es desde dentro: consiste, en última instancia, en una renovación de la vida bajo el influjo de la gracia”[6], por lo que es imperativo “conocer y respetar el alma cultural de cada pueblo, su lengua y tradiciones, sus cualidades y valores.”[7]
Por tanto, “todo lo que se refiere al hombre, tanto en su cuerpo como en su alma, en su vida individual y también social, puede y debe ser purificado y elevado con la gracia de Cristo y, consecuentemente, podemos afirmar que toda forma de actividad apostólica es conforme a nuestro fin específico, aunque de un modo jerárquico.” [8]
De aquí surge la gran variedad de obras apostólicas que podemos asumir y a las que nunca debemos renunciar.
San Juan Pablo II decía: “Hoy la Iglesia debe afrontar nuevos desafíos a los que debe responder desde el Evangelio… Os exhorto a que vuestra predicación esté siempre inspirada en la Palabra.”[9]
[1] Santo Tomás de Aquino, STh 2-2, 188, 4.
[2] 2 Cor 12,15.
[3] San Juan Pablo II, Encuentro con sacerdotes, religiosos y laicos reunidos en la Catedral de Arezzo, 23 de Mayo 1993.
[4] Directorio de Evangelización de la Cultura, 74.
[5] San Juan Pablo II, A los sacerdotes, religiosos y demás trabajadores pastorales de Luanda, 4 de Junio 1992.
[6] San Juan Pablo II,Discurso a los obispos de Zimbabue en visita Ad Limina, 2 de julio de 1988.
[7] San Juan Pablo II, A los sacerdotes, religiosos y demás trabajadores pastorales de Luanda, 4 June 1992.
[8] Directorio de Evangelización de la Cultura, 151.
[9] San Juan Pablo II, Misa de sacerdotes, religiosos y religiosas de Santo Domingo 10 de octubre de 1992; Op. cit. Romano Pontificio, Rito para la Ordenación de los Presbíteros.